Ricardo Rangel Huerta
Migrante de la memoria. Casa del Pueblo
Secuencias.
Gabriel:
Camina entre la gente por la calle de Colombia en el centro de la Ciudad de México. Sus pasos son atropellados y vacilantes... interrumpidos constantemente por innumerables personas que parecen no dirigirse a ninguna parte.
Su mirada ve desde la perspectiva de un niño que visito esta ciudad acompañado de sus padres hace algunos años.
Con esa mirada infantil curiosa, se detiene frente a un puesto de venta de peluches, atraído en especial por uno de esos muñecos que sobresale de otros de colores encendidos y artificiales, otros de superhéroes conocidos y de moda, pero uno de los muñecos en especial se sale del contexto de todos, es la figura de un perro chihuahueño con un realismo extremo,
Gabriel queda impactado al ver que el pequeño perro que parece real lo sigue con la mirada. Raúl trata de acercársele para averiguar qué tipo de peluche es aquel y de pronto; sobresaltado, retrocede al ver que el peluche le ladra y le muestra los dientes. No es un peluche es un perro de verdad camuflajeado entre los demás para evitar que extraños se acerquen demasiado a querer agarrar la mercancía.
La propietaria del lugar, alertada por el escándalo del perro, asoma la cabeza de entre los peluches al interior del puesto de lámina improvisado y se queda mirando a Raúl con actitud desafiante.
Raul: Disculpe, pensé que el perro también era de peluche ya le iba a preguntar cuanto costaba, se retira riendo de la emoción.
Sigue caminando y de pronto se ve inmerso en el ritmo de prisa de los demás y parece que también ahora el lleva prisa y que no sabe porque ni hacia dónde va y camina más rápido entre diableros taxis y gentes desconectadas unas de otras.
A media calle de Colombia, se detiene frente a una clínica de salud que parece una isla en medio del mar de gente con prisa, a la otra esquina esta Venezuela la calle de su destino inmediato y de su posible futuro desde que salió de su pueblo hace 24 horas.
Su estómago le recuerda que tiene hambre, pero su bolsillo y la soledad que ahora siente le dicen que tan solo es un migrante en este lugar y que sus recursos son limitados y su destino incierto, muy distinto de aquel que cargaba en su memoria de niño cuando era turista al amparo de sus padres, no un migrante totalmente solo en medio de una muchedumbre deshumanizada.
La soledad lo hace sentir desvalido y cansado, al llegar a la calle de Venezuela, percibe que es un lugar despejado, más amplio y con menos gente, lo cual permite apreciar la iglesia del Carmen, ahora convertida en museo, la calle es adoquinada y el murmullo de la gente menos molesto.
Cansado, se sienta en uno de los postes de señalamiento vial que limitan la zona peatonal y empieza a escuchar a lo lejos una música que le estremece los recuerdos y el corazón.
En su memoria resurge, con la música de flautas andinas a lo lejos, el recuerdo de Manuela su maestra de música, el amor de su vida désde hacía 5 años, cuando el solo tenía 12.
“Cuando vayas a la ciudad visita bellas artes” le decía Manuela “ahí tocan los domingos las mejores orquestas de la ciudad” el solo se le quedaba mirando embelesado cuando le daba clases de música en la escuela rural de su comunidad.