La sombra se mueve como un oleaje privado que evade testigos pero atrae la atención de Helena, quien se demora en levantar la mirada. Lo hace lentamente, primero los pies e unos zapatos rojos de tacón delgado, las piernas cubiertas por medias del mismo color, el balanceo de la falda negra, el tapado café claro ajustado al cuerpo delgado de una mujer con sus cabellos sueltos y sus manos y brazos apretando una bolsa de cuero. El cabello flotando con el paisaje urbano, el claxon de un auto deportivo, y la música que rítmicamente marca las pisadas contra la banqueta ahora iluminada por el sol, provoca la curiosidad de Helena, quien no duda en colocarse en el itinerario recorrido por la mujer de los zapatos rojos.
Es decir, camina unos dos metros detrás de ella. Es como hubiera reemplazado a la sombra, que ahora se mueve no frente sino detrás de la mujer. Helena, obligada por su rol de sombra, réplica a destiempo, creando un ritmo alterno que no sino el de ella, los movimientos de la mujer: su cabeza balanceándose levemente hacía la derecha, el bamboleo sutil de su cuerpo, descorchar el tacón de una grieta en el piso, todo leve, muy leve, mientras otro transeúntes camina hacia las dos, indiferentes a ellas y a todo lo demás, mientras los edificios no dejan de jugar con el sol en una competencia de sumas y restas. 2:40 PM (1 hour ago)
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